9.29.2008

Milagro divino

[...] era como si cada noche durara varios siglos, de modo tal que,
durante esta inmensidad de tiempo,
bien podían haberse operado en la especie humana,
en la tierra misma y en todo el sistema solar,
las transformaciones más profundas.'

Daniel Paul Schreber



Ella duerme, de lado, y desconoce todo lo que alrededor ocurre. Las ventanas de su habitación están cerradas. Es imposible que una línea de luz se filtre. Hay un silencio absoluto. Si algún sonido se produjera afuera del dormitorio nadie lo escucharía dentro, no sólo por los gruesos cristales, sino por los cortinajes. Lo único que se oye son las manecillas del reloj. Son las once y veinticuatro. Alguien abre la puerta despacio, y provoca un leve sonido al rozar con sus pies el pelo de la alfombra. Una mano tersa y alargada toca uno de sus hombros. Parece que sus uñas acaban de ser arregladas por la manicurista. Su cuerpo a excepción de su nuca está oprimido por el peso de las colchas, y al mismo instante ese punto de su hombro está oprimido también por el peso de esa mano fina y suave. ‘Linda, te esperan abajo’. Los dedos alargados dejan de tocarla, y vuelve a oírse el sonido de los pies al rozar la alfombra. La puerta queda cerrada. Una de sus mejillas reposa sobre el almohadón mientras alguien vino a inquietar su sueño. Un leve dolor en su oreja hizo que cambiara de posición. Sus piernas tenían temperaturas diferentes, las movió.

Fragmento, publicado en revista Homines

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