6.17.2008

La inevitable expansión de las palabras

Si al abrir la boca, en lugar de palabras, nos salieran libélulas, estudiaríamos entomología para conocernos mejor. Pero las palabras son también formas biológicas perfectamente articuladas que segregan ideas como las serpientes veneno o las abejas miel*

Las palabras. Tan solemnes, rebeldes, corrosivas. Es un placer degustarlas, revolcarlas, reinventarlas. Me gustan, las palabras, con un dejo de descuido, hilaridad y desparpajo: son las que nutren el paladar, las que enriquecen el lenguaje. La nueva literatura, si se permite el término, admite texturas extraordinarias, revolucionarias, sin descuidar calidad y coherencia. Nuestra lengua, el español, es flexible y vive con la urgencia de ensancharse, por más que barroco y estilista renieguen de esta expansión inevitable.

Simpatizo con los nuevos narradores, los arriesgados, valientes, que defienden tema y forma originales sin olvidar el respaldo de los clásicos, los excéntricos. Justo ahora un impulso me asalta, me dice que arrastre los dedos sobre el teclado de manera ordenada, que juegue, sí, pero también persuada al lector; es un ejercicio de coordinación esto de escribir, literatura, claro: se vive, luego un primigenio proceso de lucubración surge como gallo mañanero en la cabeza, se ajusta, da paso al impulso corpóreo (de cualquier lugar al escritorio, a teclear), ¿qué? Ahí entra la vulnerabilidad, uno se advierte solo, pero solo al borde, al filo del abismo; cuando se ha superado el temor llega el valor de la escritura, saberse conciente de que el primer pensamiento es justo lo que estará en la hoja, casi nunca se logra. Si alguien lo consigue, que salga en hombros del ruedo.

Hablo como escritor: padecer las palabras, soñar que desfilan, que rebotan, que te barbotan en la cabeza hasta en sueños es un homenaje; sin embargo, lo valioso radica en plasmarlas, primero, para una reconciliación espiritual, personal, una satisfacción quizás temporal, y luego para fascinar al lector con el universo creado, con la historia perpetua. Las palabras deben ser expansivas, como las balas, que inflamen todo el cuerpo con su veneno, que corran por la sangre; también, por qué no, adictivas y ceremoniosas como un perverso alucinógeno, dulces y excitantes como una joven deseosa, firmes y punzantes como un carbón ardiente en los ojos, totales cual dios supremo.

En la literatura hay que reproducir honestidades, no engañarnos; ser como un Bartleby y preferir no acatar más órdenes que la propia sinceridad, o tercos como el capitán Ahab hasta cazar a la ballena blanca que resulta la palabra; quizás eliminar retóricas, enervado por los rayos del sol como Mersault. Soy reticente al ruido de las noticias, sus frases son distorsionadas, difusas, irremediablemente opacas y lamentables; no hay poesía, la poesía es la única literatura, se le debe consideración y respeto.

No existe el valioso texto sin poesía, debe también alejarse de aliteraciones, exceso de metáforas, carga de elementos fonéticos sin valor significativo; tienen más peso las palabras llanas, explosivas, de furia poética con balance y tino, que toquen el tuétano y nos cambien el día. También las que se usan como armas, como oraciones sagradas, aquellas que al pronunciarlas provocan un cisma mundial.

Los tiempos de la cobardía en nuestras letras se han ido. Vaticino un nuevo valor agregado a la literatura contemporánea que será recompensado, desisto hoy de las críticas sobre la orientación extraviada de ésta; hay fuerza, conciencia y un regusto por reinventarlas. Surgen al día nuevas voces deslumbrantes, voces jóvenes que deben agradecerse como lector, porque así es hoy el mundo, porque así estamos plantados. No hay más que verse dos veces por día en el espejo para desmentirnos.

Las palabras caen a tierra como frutos o demonios. Somos ya palabra en tránsito; nos teñimos de verso en otoño y de prosa en verano, somos el cuento de nuestra jornada, la rima del día con filo, el soneto sempiterno de las noches mojadas; somos palabra virtual y espontánea, alarde corrosivo, ventura en esta sinestesia de la vida cotidiana.

Al final son ellas, las palabras, las que hacen nuestra realidad, las que la tuercen.

NOTAS

*Juan José Millás/Fragmento de “Palabras”/ sección Articuentos de Club Cultura: http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento095.htm

6.03.2008

El defeño en el Búho

[La anti-crónica de un defeño, en la revista El Universo del Búho No. 97]