10.09.2008

Miller, encuentros y desencuentros


Henry Miller es uno de esos escritores que más huella acostumbran a dejar entre aquellos jóvenes que se sienten rebeldes y aquellos no tan jóvenes que odian anudarse la corbata. Encumbrado por los inadaptados de la generación Beat e incomprendido por la critica más puritana. Miller responde a esa clase de escritores de corte individualista que adoptan una postura de enfrentamiento contra la sociedad en la que viven.

Nacido en Nueva York en 1891, muy pronto decidirá que sus sueños no se correspondían a la vida a que estaba tocado a adecuarse. Cruzará el océano decidido a romper con su pasado y convertirse en escritor. Llegará a París con únicamente diez dólares en el bolsillo. Continuos cambios de empleo y una constante lucha por su subsistencia que le llevará a formar parte de la colonia de anónimos bohemios que deambulaban por los barrios artísticos de Montmartre y Montparnasse. A partir de entonces desarrollará una vida llena de dificultades que le alejará completamente de posturas cómodas o cotidianas; huyendo de horarios y sueldos fijos; encontrando la inspiración al mezclarse entre el bullicio de las calles; arrimándose a otros artistas errantes, a sabios villanos, y a delincuentes de poca monta.

En su último libro El libro de mis amigos, Miller homenajeaba a todos aquellos amigos que habían sido fundamentales en su vida. La mayoría eran seres anónimos, seres de la calle que no pertenecían a los ambientes culturales. Sólo algunas de sus amistades podrían catalogarse como conocidas, entre éstas, estarían sin duda los escritores Lawrence Durrell y Anaïs Nin.

Durrell es particularmente famoso por su Cuarteto de Alejandría, y en especial por el primero de los volúmenes: Justine, cuya protagonista, tal como el personaje sadiano, se encargará de buscar el placer como forma plena de aprendizaje. El libro destaca por la bellas imágenes con las que se describe la ciudad de Alejandría y por su alto contenido erótico. La obra más conocida de Anaïs es Delta a Venus, un libro que sería considerado por las feministas como una declaración de principios en la liberación sexual femenina. Y en el cual, Anaïs trabajó escribiendo historias cargadas de erotismo. El argumento es el de una chica escritora que trabaja bajo el mecenazgo de un excéntrico millonario y que éste le paga un dólar por cada página escrita. Tras su publicación se ha ido alimentando la leyenda de que ésta era en realidad una historia autobiográfica.

Miller conoció a Anaïs Nin en su estancia en París, durante su segundo viaje a Europa, en el año 1931. Años después mantuvieron ambos una intensa relación triangular con la mujer de Miller, June Mansfield. Al británico Durrell lo conoció en 1937, una amistad que se fue afianzando tras el paso de los años. Miller incluso vivió como invitado durante un año en la casa que Durrell tenía con su esposa en la isla griega de Corfú. Vivencias que le sirvieron luego, para escribir El Coloso de Marusi (1941). Tanto con Durrell como con Anaïs mantuvo prolíficas relaciones epistolares, que posteriormente fueron recopiladas y publicadas.

Esta triada de pluma rebelde destacó por abordar crudamente el tema del erotismo desde sus libros. Miller afirmaba que éste, era consecuencia del ejercicio desbocado del amor; era como alcanzar un grado de espiritualidad máxima. Anaïs en cambio, supo cubrir ese erotismo con velos transparentes de misterio, provocados por los arraigos y desarraigos del autoconocimiento. Durrell teorizó sobre el placer como búsqueda. Los tres escritores previamente habían sido influenciados por el escritor británico D. H. Lawrence, y su novela El amante de lady Chatterley, donde se narran las relaciones sexuales entre una mujer y el guardabosques de su noble esposo. Miller y Anaïs habían comenzado sendos ensayos sobre éste. El de Anaïs se publicó en 1932 con el nombre D. H. Lawrence: An Unprofesional Study; mientras que el de Miller se editó con el nombre de World of Lawrence en 1979 (lo que había comenzado como un simple ensayo en 1933 y con el que Miller bromeó durante el resto de su vida, pues estuvo a punto de no terminarlo nunca).

Estos encuentros entre Henry Miller, Anaïs Nin y Lawrence Durrell lo que hacen es reafirmar la conocida frase de Borges que decía que cada escritor crea a sus propios precursores. Los encuentros entre los tres escritores fueron en parte casuales, y en parte buscados por cada uno de ellos, de tal manera que los tres buscaban compartir y desarrollar una nueva forma de escritura, en que se primara el impulso vital, y donde el erotismo no fuese censurado. Así, con un poco de suerte, era inevitable que antes o después dichos escritores se acabasen conociendo. Leyendo los libros autobiográficos que se realizaron a partir de conversaciones con Henry Miller, el de Bradley Smith Mi vida y mi tiempo y el de Christian de Bartillat Conversaciones con Henry Miller sorprende sin embargo una ausencia entre sus influencias. Sorprende que en ningún momento Miller nombrara al pintor Balthus, aunque el motivo fuese posiblemente que esa misma casualidad que hizo que se acercara a Anaïs y a Durrell, fuera también la que impidió que se cruzara con Balthus. Los dos artistas coincidieron en París durante la década de los 30, pero en aquella época París era un hervidero de artistas, con el dadaismo y el surrealismo en pleno auge. Además, tanto Miller como Balthus se mantuvieron siempre independientes a aquellos círculos artísticos, por los que sus influencias fueron bastante particulares.

Miller siempre tuvo un interés especial hacia la pintura, él mismo presumía de haber llegado a pintar varios millares de acuarelas. Y es que, únicamente tras la perdida de visión del ojo derecho en sus últimos años, dejó de pintar. Decía que para él escribir era trabajar mientras que pintar significaba en cambio jugar. La relación de Miller con la pintura fue siempre muy estrecha: expuso la primera vez sus acuarelas en 1927, en Greenwich Village; en los momentos de penuria económica las acuarelas llegarían a servirle como tabla de salvación al ser canjeadas por comida, ropa o incluso las cuentas del dentista. Miller publicó también un libro dedicado a la pintura Pintar es volver a amar (1960).

El escritor, preguntado por sus gustos sobre pintura, exponía sus preferencias: Hans Reichel, Paul Klee, John Martin, Picasso, George Grosz, Marc Chagall, etc, pero nunca Balthus. ¿Y por qué debería de estar Balthus? Porque Balthus fue a la pintura lo que durante esos años Miller fue a la escritura.

Balthus, nacido en París en 1908, cuyo nombre verdadero era Balthazar Klossowski de Rola, descendía de un linaje aristocrático. Se caracterizó por una pintura muy realista, llena de vida y erotismo. Durante muchos años se le criticó el uso de jovencitas para sus cuadros, a lo que él siempre contestó que su búsqueda artística iba encarrilada hacia encontrar la pureza y la belleza, y éstas características eran especialmente notorias en las jóvenes lolitas, que utilizaba como modelos.

Tanto Miller como Balthus sufrieron la dura crítica norteamericana por su elevado erotismo. Miller sufrió la censura y durante treinta años la publicación y venta de sus dos Trópicos fue prohibida en los Estados Unidos, las ediciones originales en inglés publicadas en Francia serían un bien muy buscado para aquellos norteamericanos que pasaban por Francia. Pero también allí, tras la publicación de Sexus se formó un gran escándalo: fue interrogado por un tribunal parisino con la posibilidad de que se le abriera un proceso penal, del que finalmente fue absuelto. Balthus por su parte, protagonizó un duro enfrentamiento contra los críticos norteamericanos que le colgaron la etiqueta de pintor pornográfico y que incluso llegaron a acusarle de pedofilia.

Curiosamente, tanto Miller como Balthus declararon que su arte era un canto a la libertad, a la vida y a la belleza; que el erotismo era sólo una consecuencia de sus obras. Ambos, a lo largo de su vida se desvincularon una y otra vez de estar haciendo arte pornográfico, e incluso los dos confesarían en sus escasas entrevistas, que ésta no sólo no les estimulaba sino que les aburría. Otro dato anecdótico que parece unir a ambos artistas, es su atracción hacia las culturas orientales. A Miller le gustaba leer sobre el budismo zen, sobre la China, el Tibet y el arte Japonés. Balthus viajó varias veces al Japón. Se da la casualidad de que ambos se casaron en 1967 con mujeres japonesas, a las que superaban en varias decenas de años. Balthus se casó con Setsuko Ideta, siendo esta su segunda esposa mientras que Miller se casaría en su quinto matrimonio con la pianista japonesa Hoki Tokuda, un matrimonio que se rompería diez años después, aunque ya nunca volvería a divorciarse. Su último gran amor correspondería a la actriz Brenda Venus a la cual dedicaría los últimos años de su vida, muy menguado físicamente, pero dotado con la misma intensidad vital que tenía durante los años locos de París.