7.12.2011

Entrevista con René Avilés Fabila. Revista Replicante Julio 2011


En medio de una crisis profunda en el periodismo cultural mexicano, el escritor y periodista René Avilés Fabila aborda en esta entrevista sus impresiones sobre el panorama intelectual y artístico de nuestro país, de cara a las nuevas tecnologías y a la redes sociales en el siglo XXI.

Por Juan Carlos de León

René Avilés Fabila, ganador del Premio Nacional de Periodismo en distintas ocasiones, nació en la Ciudad de México en 1940 y es autor de cerca de treinta títulos entre novelas y cuentos, además es profesor emérito de la Universidad Autónoma Metropolitana y un aficionado a las cantinas, como él mismo lo confiesa, debido a la herencia que le dejó la generación de La Onda, conformada por José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña.

Lo entrevistamos en la Fundación René Avilés Fabila, ubicada en la colonia Narvarte, la cual alberga el Museo del Escritor, un proyecto ambicioso que ha quedado congelado por la falta de apoyo económico. Aquí la conversación con el director de la revista El Búho y autor de las novelas Tantadel y El gran solitario del palacio, entre otras.

—¿Cuándo se inició en el periodismo cultural?

—Empecé por 1962, siendo muy joven, a escribir en la sección cultural de El Día, que entonces era un periódico innovador, impetuoso, progresista, con mucha gente nueva; hasta que me cambié a Siempre!, cuando todavía lo dirigía Fernando Benítez y, al mismo tiempo, empecé a colaborar en El Nacional, que todavía tenía mucho peso y prestigio, era el periódico del Estado, y el suplemento cultural era muy bueno, se llamaba Revista Mexicana de Cultura y la dirigía un poeta español extraordinario, militante comunista y un hombre generoso que ayudaba mucho a los jóvenes…

—¿Juan Rejano?

—Juan Rejano, así es. Con Rejano nos formamos muchos. Recuerdo a Musacchio, a Alberto Dallal, a Manuel Blanco y a Jesús Luis Benítez, que ya murieron; una gran cantidad de jóvenes que se formaron ahí. Digamos que yo no me formé, pero me consolidé dentro del periodismo cultural. Yo veo más como mi maestro a Rejano. En fin, era una lista larga.

”Tuvo dos épocas ese suplemento: en la primera, colaboraron gente como José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes, escritores más reconocidos y, bueno, Rejano era un hombre que tenía las páginas abiertas para todos aquellos que quisieran. Ese fue el principio. Y ocasionalmente estuve con Emmanuel Carballo en Ovaciones, que tenía una especie de suplemento cultural, una sección que él dirigía, y ahí estuve un tiempo muy limitado…

—¿Comenzó haciendo periodismo cultural exclusivamente?

—Sí. El periodismo político lo empecé a ejercer en el Unomásuno. Cuando Manuel Becerra Acosta funda el periódico en 1975 yo tenía 34 años; comencé en la sección política como analista político y como reportero político, ahí empieza mi carrera dentro del terreno político, que es la única que he podido mantener...

Para leer la entrevista completa, aquí




7.07.2011

kuin

un cerdo nace
cae al vacío sonriendo
tras beberse el cielo
lamenta tener cortas las patas
y ancho el hocico
se pudren los frutos cual hombres maduros
y nubla su visión futurista
al caer en un mundo de lodo

desde hoy
la tierra, carece de alimento.

5.09.2011

El equilibrista

Amaneces. ¿Y a quién putas le interesa lo que escribas? Desde el corazón pocos entienden.
Las horas son una lluvia de lágrimas y de terrores y de grises desperdigados por todos lados.
Soy un equilibrista que llora hacia arriba porque no quiere mojarse los pies con su propio llanto.
Hace tiempo conocí el estado natural del mundo, sus senos parlantes y henchidos de esperanza. Como un niño los bebí y crecí deprisa. Y luego fui a caer en el infierno.
Pero el infierno no es más que un dulce encanto vestido de perla que huele a flor.
Hace tiempo también morí, como suelen hacerlo las aves: en tránsito, aleteando con fuerza disparatada e incongruente, con un trinar lleno de fuego, de cascadas hirviendo como una piedra lunar.


Hacía un buen tiempo para morir, tal vez llovía y en las calles todo se confundía con tristeza o con el sonido del cuervo que acecha los ojos más oscuros del planeta. Eran los ojos de una niña pequeña que jugaba en círculos sobre el césped recién cortado.
El cuervo afilaba su pico desde el cable de luz como un aeroplano en dirección al mar: sus ojos eran el mar. La niña alargaba el brazo para impulsarse y dar vueltas como una veleta de tiempo
-el tiempo se termina una vez que ha terminado el juego-


Entonces el cuervo se vuelve un paréntesis en el transitar del tiempo y del juego y se gesta una suerte de condición para seguir viviendo. La niña es la vida y el cuervo el paréntesis. El pico del cuervo se perfila al mar: le escarba la vida, la sustrae. La niña es una imagen violeta que se integra a la natural belleza del rumbo de las cosas.
Despiertas y naces. Nuevamente, como un ciclo intempestivo que carece de respuestas: vida, aire, latido y bombas que estallan. El amanecer es frío y chocante como una mueca siniestra del presente. Ya no se dan pasos en el presente.
Hoy nací cuando los pasos se dan en el pasado.
Cada paso es en dirección opuesta: el sol es la luna y cada gota de agua pesa como un quinqué, cada paso es en dirección al tren que siempre está por llegar pero no llega, cada paso es un mal chiste, una broma estúpida, cada paso se da con los pies descalzos sobre los vidrios rotos del espejo: el espejo es lo que más duele a cada paso.

Ahora soy el gran equilibrista.
El ciego.
El de las manos atadas.
Camino sobre una línea invertebrada de luz que se filtra en el recuerdo.
Camino sobre el agua, porque eso también es posible.
La fe se quedó en el tintero y el tintero fue a dar contra el piso cuando la historia se quedó en puntos suspensivos...
Soy ahora mi propia historia escrita con un beso en la palma de la mano.
El hacedor de infiernos jamás lucubrados.
Nací en el parto de una serpiente cuando el calendario comenzó a incendiarse.
Y en un tiempo viví arrastrándome sobre la arena, zigzagueando hacia un futuro promisorio, sacando la lengua y mostrando los dientes.
También envenené a propios y extraños.
Me alimenté de la esencia de las cosas sin masticar, lo devoré todo hasta un corazón y tres pecados mortales, una canción también se disolvió en ácido y las flores dejaron de crecer.
A la niña le dan miedo las serpientes, dijo el cuervo desde su luz punzante.
El cuervo es un paréntesis, insisto y la historia no miente.

Me sumergí en sus ojos y todo se volvió silencio.
Un silencio verde.
Con su color pinté las nubes desde un alto puente en llamas para identificar a cada una de ellas, para no perderme entre las otras que deseaban confundirme.
También tejí una trenza de días con sus ojos, era una trenza larga unida perfectamente día con día.
Llegué a formar meses: los meses de sus ojos, escribió el otro equilibrista, el que ya había abandonado el circo en busca de un árbol para descansar.
Me sujeté la trenza en mi cuerpo mientras descendía en un largo pozo lleno de voces, de calumnias. Me sentía seguro: la trenza de los días tenía luz propia y un aroma apenas perceptible, pero intenso.
De esos aromas que se registran para siempre.
No supe en qué momento llegué hasta el fondo. Mis pies descalzos sintieron la fría superficie, ¿qué quería encontrar allí? No lo sé del todo, hasta hoy nadie lo sabe.
Pero así son las búsquedas, inoportunas, día tras día.

Me arrojé de un paracaídas cuando el sol llenó de su música las tersas arenas del desierto. Matizó con el ámbar de su luz los muslos de la tierra. Yo caí encima de ellos como un proyectil etéreo, silente, emanado de los cielos oscuros pintados por la mano del creador.
Esa era una misión.
Recorrer aquel espacio con el tacto del espíritu.
Ahondar en sus arenas en busca de un otoño que según leyendas florecía cada cierto tiempo.
Me deshice del paracaídas que parecía una mantarraya adosada a mi cuerpo.
Enfoqué mi visión al horizonte y alcancé a mirar las dunas que se yerguen al final del desierto.
No era misión fácil.
A cada paso me envolvía una seductora sensación cargada de aromas dulzones.
Tuve que cubrirme con la misma arena todo el cuerpo: mis brazos, mi pecho, mis rodillas con el fin de lograr la unidad con el espacio, ser una mezcla homogénea para alcanzar llegar a la gran duna.
En ese sitio podría beber de la fuente del manantial que se había construido con el único propósito de satisfacer la sed de los visitantes.
Muchos de ellos perecieron en su intento.
Busqué en mi bolsillo la brújula de cristal que ayudaba a guiarme, pero allí se mostraba inservible, nula, estaba congelada.
Decidí cerrar los ojos y me llené la cara con la arena, probé un poco de ella y sabía a futuro, es imposible describir la sensación que me produjo: fue como un espasmo, un leve temblor en mi garganta, una condena.
Pensé que perdía el tiempo ahí en medio de la nada: las dunas se encontraban extraviadas en la lejanía.
De pronto escuché una voz: No temas, sigue caminando sin detenerte, no es necesario mirar, es la única dirección...
La voz me envolvía, parecía un eco cortante.
¿Por qué deseas saberlo todo?, dijo la voz y prosiguió: ¿por qué buscas una explicación? Sólo anda, camina...
Cuando la noche extendió su manto sobre mí, me deshice de la arena, me era imperativo abrir los ojos: estaba en el mismo lugar.
Minutos más tardes, abatido, confundido y cansado la voz profirió unas palabras:
-Estás en el mismo sitio porque sólo tienes miedo de caminar con los ojos del alma.
Ese día también morí, como suelen hacerlo los ciegos que tienen las manos atadas bajo la noche sin luna.

(Fragmento)

5.02.2011

nota 300

:

desde que cancelé mi cuenta de Facebook, descubrí quienes me seguían por interés, quiénes son mis amigos y quiénes amenazaban puramente con deseos sexuales...

--jc

2.22.2011

Entrevista con Elena Santibáñez, editora de R&B. Revista Palabras Malditas.Net



Elena Santibáñez tiene el amor de sus hijos dos y de sus amigos todos. Pertenece a una generación de sociólogos clasemedieros con conciencia (o al menos facha, dice) proletario-jipiteca de la UAM Azcapotzalco. Ha sido editora de libros y revistas, iconógrafa, productora y editora fotográfica, entrevistadora, redactora, correctora de estilo, guionista efímera de TV y mesera por un día del Carlos'n Charlie's Masaryk.

También ha vendido ropa en abonos y convertido su casa en antro y galería clandestinos y expresa que “la mera verdad, lo que mejor hago son quesadillas de hongos”. Hace ya muchos años fue reina de las fiestas patrias de su pueblo y en 2006 obtuvo un premio de periodismo en Madrid, España.

En la actualidad es editora free-lance, colaboradora de Milenio Diario y Milenio Semanal, y promotora dentro y fuera de México de los libros que ella misma edita para Rhythm & Books, el sello que dirige al lado de Verónica Maza Bustamante.



¿Cuándo nace la editorial?

En junio de 2009 se publicó el primer libro -Corazón minado. Declaratoria, de Pascual Reyes-, pero el trabajo empezó un año antes y la idea varios atrás.


¿Hay mercado para este tipo de títulos?

Hay mercado para toda clase de libros, el chiste es saber ubicar el público.


¿Dónde surgió la idea de editar obra literaria hecha por músicos?

He trabajado en el medio editorial por mucho tiempo y sobre la marcha fui aprendiendo y perfeccionando cosas. Desde hace varios años quería emprender un proyecto editorial propio, que fuera original y de buena calidad. Tenía ganas de hacer los libros que nunca pude hacer para otros porque mis ideas parecían descabelladas o arriesgadas. Elegí la veta de los músicos porque dos de mis amigos, Carlos Avilez (bajista de Cuca) y el Sr. González, me mostraron su trabajo narrativo y me pareció excelente.

Después conocí a Pascual Reyes (vocalista de San Pascualito Rey) y le pregunté sobre un libro de poemas que yo sabía tenía escrito e inédito, me lo dio a leer y yo hice una selección. Así, ya tenía tres originales de muy buena calidad con los que decidí crear Rhythm & Books. Ahora cada vez estoy más convencida de que muchos músicos traen su “guardadito” literario. En esta búsqueda de talentos Verónica, mi socia, está jugando un papel muy importante.

Para leer la charla completa, entra a PalMal.

2.14.2011

El peso del escritor. Cuento publicado en la Revista El Búho.

Se publicó en el número 126 de la revista El Universo de El Búho, que dirige en maestro René Avilés Fabila, mi relato "El peso del escritor", que sencillamente trata sobre la necesidad imperante de contar con una silla cómoda para realizar la labor creativa, o sea: escribir. La revista cuenta con grandes colaboraciones en poesía, ensayo y narrativa, así como una editorial interesante sobre cultura y medios de comunicación. Para leer, ingrese a El Búho...

Alopecia. Cuento publicado en Palabras Malditas.Net



Todo comienza esta mañana, cuando aparece una idea original en la cabeza de alguien, digamos que es alguien a quien le llegan ideas originales frente a la computadora y nunca logra escribirlas. Pongamos que tiene un nombre, pero no se menciona, puesto que apuesta por el anonimato: es el anónimo dos mil, en un país de 100 millones de habitantes, o bien podría ser el trescientos en un país pequeño: es lo de menos. Lo demás es que se ha quedado solo con una idea original en la cabeza. Su cabeza es calva, quizá por eso tiene ideas originales, pero por eso también está solo.

¿Por qué me dejas? ¿Porque soy calvo?

No, porque eres un hombre calvo

Así fue el diálogo esta mañana, los mejores diálogos se dan por la mañana, para eso se crearon las mañanas. Pareciera una broma absurda, pero es cierto: esta mañana ella lo dejó porque era un hombre calvo. Quizá si hubiera sido un medio hombre no tan calvo y hubiera sido otra mañana, jamás lo hubiera dejado. Pero así sucede cuando no hay nada más que decir. Uno puede tener mucho pelo, pero frente a una mujer decepcionada y decidida es demasiado probable que te miren como un hombre calvo y te abandonen.

Entonces, ¿te vas?

Sí.

La pregunta había sido la respuesta, que en toda relación debe de hacerse, de no hacerla se corre el riesgo de parecer loco, pero es mucho más triste ser abandonado por ser calvo y no por ser loco, al menos así lo sintió esa mañana de inédita franqueza pues con anterioridad a otras mujeres les preguntó lo mismo y le dijeron loco y él pudo superar la ínfima desgracia, porque un abandono por locura es un lugar común, pero ante la calvicie es un martirio.


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