5.04.2008

Cuatro deistas ingleses

Hace algunos días encontré en cierta librería de Donceles (di. de ocasión) una serie de libros sobre el deismo inglés. Apropiado fue para mí recortar fragmentos de estos símpáticos personajes y recrear las historias. He aquí el microensayo:

Si no existiera dios habría que inventarlo.
VOLTAIRE
c e r o

sumaria y deliberadamente miniaturista es la vida de los cuatro personajes que se describe. Los datos y hechos, no ya historias, no me pertenecen, sólo la manera de fabricarlos. La idea transmitida no es otra que la de hacer ver la extraña proyección de los teólogos profesionales ingleses de una característica por demás humana: la imposibilidad de permanecer en una convicción, una idea, tan siquiera en una creencia.

u n o

J. Hunt (Religius Thought in England, II, p. 40), consignó que Thomas Woolston tuvo dos pasiones: “el amor a los Padres y el odio al clero protestante”. Su odio, intensificado por privársele de su condición de miembro en Cambridge, no fue menos que su amor: su estudio entusiasta de la patrística degeneró en locura en sus últimos años. No es improbable que su asidua lectura de Orígenes lo llevara a la interpretación alegórica de las Escrituras. En sus Discourses (1727-1730) ridiculizó la opinión común que juzga a los milagros como acontecimientos reales. Murió como un racionalista.

d o s

John Toland (1670-1722) nació en Irlanda, en Londonderry, y murió en Putney, cerca de Londres. Cuando escribió Christianity not Myisterios se consideraba uno de los miembros de la Iglesia de Inglaterra. John Toland fue educado como católico, pero a los dieciséis años era ya un vehemente crítico del papismo; después, se vinculó a disidentes protestantes. Sabemos que fue un erudito y que se jactaba de conocer más de diez lenguas, que tenía correspondencia con Leibniz, que escribió unas cartas (Letters to Serena, 1740) a la hija de la Electora Sofía, reina de Prusia donde hace un análisis de Spinoza. Acaso Serena, deslumbrada concibió, también, que no existe otro ser eterno más que el Universo, que es Dios. John Toland habría de morir panteista, después de haber sido un teólogo liberal, un miembro de la Iglesia en Inglaterra, de haber sido educado católico.

t r e s

fuera de la iglesia establecida lo llevó, a William Whiston, matemático y teólogo, su espíritu activo y original. Creía en la profecía y en los milagros, se opuso ferozmente al racionalismo. De manera incomprensible, a la mitad de su vida, llegó a la conclusión de que la herejía arriana representaba el primitivo y verdadero credo cristiano. Sus ideas quedaron expuestas en Primitive Christianity Revived (1711-1712); poco antes, le habían costado su cátedra de Cambridge en la que, extrañamente, había sucedido a Newton. Fundó una sociedad, defendió su nueva fe, combatió, polemizó. A la postre, sin embargo, sus tesis calvinistas y su brillante traducción de Josephus demostraron ser de valor más duradero que sus obras originales.

c u a t r o

más patético que los anteriores fue Charles Blount (1654-93). Defendió el sistema de la religión natural en su Anima Mundi (1676), subrayó los méritos de las religiones paganas, atacó, en su Great is Diana of the Ephesians (1680), a la intriga eclesiástica. Parafraseando la metáfora de Locke, afirmó: “la nueva fe es como un trozo de papel en blanco sobre el cual puede escribirse lo mismo uno u otro milagro”. Blount, al impedírsele casarse con la hermana de su difunta esposa, se suicidó en 1693. Dos años después, sus Miscellaneous Works, que fueron publicados por su discípulo Charles Gildon, exponían, de una manera clara, la creencia católica ortodoxa.

n o t a

somos pensamiento pero, más aún, historia, tiempo, devenir. Tal vez, pienso, a su manera, intelectualmente, ejemplar, refutan aquella doctrina parmenidea y hacen una nueva confirmación del tiempo, rivalizando en astucia con Zenón. No obstante, este argumento, fuera de lo obvio y literario, no hace justicia a la otra realidad. Lo que verdaderamente ocurrió fue el resurgimiento sembrado en la intelectualidad europea después de la Reforma protestante. La relatividad de las verdades religiosas fue el primer paso hacia el desorden y la confusión mental pata terminar, con la eliminación de todas las dudas, en el ateismo: se echó el agua de la tina junto con el bebé.

1 comentario:

Elena Méndez dijo...

La librería de Donceles que más me gusta es El Laberinto.