5.09.2011

El equilibrista

Amaneces. ¿Y a quién putas le interesa lo que escribas? Desde el corazón pocos entienden.
Las horas son una lluvia de lágrimas y de terrores y de grises desperdigados por todos lados.
Soy un equilibrista que llora hacia arriba porque no quiere mojarse los pies con su propio llanto.
Hace tiempo conocí el estado natural del mundo, sus senos parlantes y henchidos de esperanza. Como un niño los bebí y crecí deprisa. Y luego fui a caer en el infierno.
Pero el infierno no es más que un dulce encanto vestido de perla que huele a flor.
Hace tiempo también morí, como suelen hacerlo las aves: en tránsito, aleteando con fuerza disparatada e incongruente, con un trinar lleno de fuego, de cascadas hirviendo como una piedra lunar.


Hacía un buen tiempo para morir, tal vez llovía y en las calles todo se confundía con tristeza o con el sonido del cuervo que acecha los ojos más oscuros del planeta. Eran los ojos de una niña pequeña que jugaba en círculos sobre el césped recién cortado.
El cuervo afilaba su pico desde el cable de luz como un aeroplano en dirección al mar: sus ojos eran el mar. La niña alargaba el brazo para impulsarse y dar vueltas como una veleta de tiempo
-el tiempo se termina una vez que ha terminado el juego-


Entonces el cuervo se vuelve un paréntesis en el transitar del tiempo y del juego y se gesta una suerte de condición para seguir viviendo. La niña es la vida y el cuervo el paréntesis. El pico del cuervo se perfila al mar: le escarba la vida, la sustrae. La niña es una imagen violeta que se integra a la natural belleza del rumbo de las cosas.
Despiertas y naces. Nuevamente, como un ciclo intempestivo que carece de respuestas: vida, aire, latido y bombas que estallan. El amanecer es frío y chocante como una mueca siniestra del presente. Ya no se dan pasos en el presente.
Hoy nací cuando los pasos se dan en el pasado.
Cada paso es en dirección opuesta: el sol es la luna y cada gota de agua pesa como un quinqué, cada paso es en dirección al tren que siempre está por llegar pero no llega, cada paso es un mal chiste, una broma estúpida, cada paso se da con los pies descalzos sobre los vidrios rotos del espejo: el espejo es lo que más duele a cada paso.

Ahora soy el gran equilibrista.
El ciego.
El de las manos atadas.
Camino sobre una línea invertebrada de luz que se filtra en el recuerdo.
Camino sobre el agua, porque eso también es posible.
La fe se quedó en el tintero y el tintero fue a dar contra el piso cuando la historia se quedó en puntos suspensivos...
Soy ahora mi propia historia escrita con un beso en la palma de la mano.
El hacedor de infiernos jamás lucubrados.
Nací en el parto de una serpiente cuando el calendario comenzó a incendiarse.
Y en un tiempo viví arrastrándome sobre la arena, zigzagueando hacia un futuro promisorio, sacando la lengua y mostrando los dientes.
También envenené a propios y extraños.
Me alimenté de la esencia de las cosas sin masticar, lo devoré todo hasta un corazón y tres pecados mortales, una canción también se disolvió en ácido y las flores dejaron de crecer.
A la niña le dan miedo las serpientes, dijo el cuervo desde su luz punzante.
El cuervo es un paréntesis, insisto y la historia no miente.

Me sumergí en sus ojos y todo se volvió silencio.
Un silencio verde.
Con su color pinté las nubes desde un alto puente en llamas para identificar a cada una de ellas, para no perderme entre las otras que deseaban confundirme.
También tejí una trenza de días con sus ojos, era una trenza larga unida perfectamente día con día.
Llegué a formar meses: los meses de sus ojos, escribió el otro equilibrista, el que ya había abandonado el circo en busca de un árbol para descansar.
Me sujeté la trenza en mi cuerpo mientras descendía en un largo pozo lleno de voces, de calumnias. Me sentía seguro: la trenza de los días tenía luz propia y un aroma apenas perceptible, pero intenso.
De esos aromas que se registran para siempre.
No supe en qué momento llegué hasta el fondo. Mis pies descalzos sintieron la fría superficie, ¿qué quería encontrar allí? No lo sé del todo, hasta hoy nadie lo sabe.
Pero así son las búsquedas, inoportunas, día tras día.

Me arrojé de un paracaídas cuando el sol llenó de su música las tersas arenas del desierto. Matizó con el ámbar de su luz los muslos de la tierra. Yo caí encima de ellos como un proyectil etéreo, silente, emanado de los cielos oscuros pintados por la mano del creador.
Esa era una misión.
Recorrer aquel espacio con el tacto del espíritu.
Ahondar en sus arenas en busca de un otoño que según leyendas florecía cada cierto tiempo.
Me deshice del paracaídas que parecía una mantarraya adosada a mi cuerpo.
Enfoqué mi visión al horizonte y alcancé a mirar las dunas que se yerguen al final del desierto.
No era misión fácil.
A cada paso me envolvía una seductora sensación cargada de aromas dulzones.
Tuve que cubrirme con la misma arena todo el cuerpo: mis brazos, mi pecho, mis rodillas con el fin de lograr la unidad con el espacio, ser una mezcla homogénea para alcanzar llegar a la gran duna.
En ese sitio podría beber de la fuente del manantial que se había construido con el único propósito de satisfacer la sed de los visitantes.
Muchos de ellos perecieron en su intento.
Busqué en mi bolsillo la brújula de cristal que ayudaba a guiarme, pero allí se mostraba inservible, nula, estaba congelada.
Decidí cerrar los ojos y me llené la cara con la arena, probé un poco de ella y sabía a futuro, es imposible describir la sensación que me produjo: fue como un espasmo, un leve temblor en mi garganta, una condena.
Pensé que perdía el tiempo ahí en medio de la nada: las dunas se encontraban extraviadas en la lejanía.
De pronto escuché una voz: No temas, sigue caminando sin detenerte, no es necesario mirar, es la única dirección...
La voz me envolvía, parecía un eco cortante.
¿Por qué deseas saberlo todo?, dijo la voz y prosiguió: ¿por qué buscas una explicación? Sólo anda, camina...
Cuando la noche extendió su manto sobre mí, me deshice de la arena, me era imperativo abrir los ojos: estaba en el mismo lugar.
Minutos más tardes, abatido, confundido y cansado la voz profirió unas palabras:
-Estás en el mismo sitio porque sólo tienes miedo de caminar con los ojos del alma.
Ese día también morí, como suelen hacerlo los ciegos que tienen las manos atadas bajo la noche sin luna.

(Fragmento)

5.02.2011

nota 300

:

desde que cancelé mi cuenta de Facebook, descubrí quienes me seguían por interés, quiénes son mis amigos y quiénes amenazaban puramente con deseos sexuales...

--jc