7.30.2008

Cioran: la gramática del cuerpo atormentado



De Cioran se ha dicho todo, o casi. Sin duda lo preciso es que es difícil, y más aun es encontrar su descripción intelectual, es como internarse en un túnel con varias divergencias, desde Nietzsche y el budismo zen hasta los sofistas y escépticos de la antigüedad grecorromana. Sin embargo hay un lugar donde no se le debe buscar: la zona de los grandes sistemas filosóficos y las rigurosas construcciones racionales. No debe buscársele en Aristóteles ni en Platón, pero tampoco en Hegel, Marx o Kant. En ese sentido, la escritura de Cioran será siempre una escritura menor, precisamente porque no busca fundar, ni siquiera demoler o subvertir, tan sólo pretende corroer lo existente introduciendo la duda justamente allí donde todo parecía tan sólido, seguro y firme. No hay nada que repugne más al pensamiento de Cioran que la homogeneidad sin fisuras de un pensamiento riguroso y sistemático.

En su obra hay un vasto haz de significaciones. No hay un solo sector de la realidad (y de lo irreal) en el que no incida el pensamiento del filósofo rumano para minarlo, para corroerlo, para gozar de ese lento desgaste al que el lenguaje somete a las cosas. No hay otra historia que la que emerge del cuerpo, ese único sitio que hace posibles las experiencias del placer y del dolor. Y es desde ese punto, desde el cuerpo atormentado, desde donde se puede surgir un tipo de pensamiento que nos exima de la propensión ideologizante.

“Sin el dolor, bien lo vio el autor de la Voix souterraine, no habría conciencia (...) Para que la conciencia alcance una cierta intensidad, es necesario que el organismo sufra y que incluso se disgregue: la conciencia, en sus principios, es conciencia de los órganos”.

Y después, siguiendo la fórmula de Pascal, Cioran escribe:

“Nuestros males físicos más bien causas que reflejos de nuestros males espirituales, determinan nuestra visión de las cosas y deciden la dirección que tomarán nuestras ideas”.

Todo pensamiento riguroso, toda doctrina filosófica que se rige, no desde el cuerpo, sino desde esa alienación del cuerpo que es la historia, como una verdad para los otros, no es en realidad otra cosa que un sistema de creencias impuesto sobre los otros. Toda doctrina de salvación, provenga de donde provenga, descansa sobre un discurso de poder. Su lógica es la de la razón, que reúne y homologa, que totaliza reduciendo la diversidad: en aras de la unidad, suprime la diferencia. El dolor, en cambio, individualiza, dota de realidad al cuerpo que somos, haciendo de él un cuerpo distinto de los otros cuerpos. Y si el dolor tiene también su propia historia, esa historia será siempre, invariablemente, una historia individual.

Sufrir es ser totalmente uno mismo, es acceder a un estado de no-coincidencia con el mundo. La conciencia que emerge de ese cuerpo enfermo, adolorido, será pues, necesariamente, una conciencia atormentada.

Más cercana a la repugnancia y a las lágrimas que a la razón, la escritura de Cioran busca el silencio. “¿Le diré el fondo de mi pensamiento? Toda palabra es una palabra de más”. Aferrado a la escritura –ese último reducto del civilizado-, Cioran se traiciona a sí mismo. Su discurso, como el de Nietzsche, atenta no sólo contra la materia de su reflexión sino también contra los procedimientos lógicos que la hacen posible, contra el proceso de su propia construcción, es un discurso roto que, al erigirse, se desdice, se niega, se destruye a sí mismo. “Me destruyo a mí mismo y así lo quiero”.

De cualquier forma hay algo que resulta aún más paradójico: escribir sobre Cioran es traicionarlo doblemente. ¿Cómo estructurar un discurso sobre la negación de todo discurso? ¿Cómo intentar el entramado de un texto precisamente allí donde se cuestiona la pertinencia y validez de la escritura? Sin embargo hay algo en Cioran que lo lleva a escribir, y escribir sobre él: su escepticismo. Pone demasiada pasión en lo que toca, su conciencia lacerada se entrega plenamente a lo que destruye.

Hay un solo sentimiento imposible al leer a Cioran: la indiferencia. Y eso es, tal vez, lo único que justifica estas líneas.

7.18.2008

REVISTA CASA DEL TIEMPO. UAM

NÚMERO 9

Poesía

Mario Meléndez

Julio César Félix

Sergio Jesús Rodríguez


Cuento

Jorge Luis Herrera


Ensayística

Silvestre Manuel Hernández

Juan Carlos de León


Memoria

Ríos Espinosa,

sobre Johan Huizinga


Obra gráfica

Karima Muyanes


7.09.2008

Trasgresión en la obra de Bataille


El escritor Luis Diego Fernández escribió en el diario argentino Perfil, un artículo sobre la Filosofía de la trasgresión del autor George Bataille, quien, dice, hizo de su vida un espectáculo de consecuencia con sus ideas. Fernández manifiesta que la vida de Georges Bataille es una gran parábola de la filosofía francesa del siglo XX. Es la historia de cómo la mayor forma de racionalidad debe, necesariamente, perderse o borrarse para alcanzar su mejor forma.

De alguna manera, el programa filosófico de Bataille es el muestrario de la apertura de la razón hacia la constatación de nuestra animalidad, para terminar, en definitiva, en la condición de posibilidad de una biopolítica contemporánea. Suerte de monstruo filosofal, Bataille mereció en vida la adjetivación tanto de Martin Heidegger como de Jean-Paul Sartre. Fue el pensador alemán quien lo calificó como la “mejor cabeza pensante de Francia”. Sartre, por su parte, le dedicó un violento artículo donde su mirada despectiva le colocaba el mote de “nuevo místico”.

Ex seminarista, pornógrafo, comunista revolucionario, bebedor, orgiasta, cercano al círculo surrealista, bibliotecario, místico, ateo (convertido), nietzscheano de izquierdas –en la tradición de Palante a Foucault–, pueden ser descripciones atinadas de la vida o las vidas de Georges Bataille. En este sentido, quizás el mayor logro de su trabajo intelectual haya sido la libertad absoluta para pensar y escribir. Su trabajo en la Biblioteca Nacional de París y en la Municipal de Orléans le otorgaron el espacio para el desarrollo de un proyecto filosófico al margen de la academia y los académicos. Nietzscheano y marxista en forma simultánea, veía en el dionisismo de Nietzsche y en la revolución marxista dos formas que quebrantarían lo que tanto lo obsesionaba: la homogeneidad fascista y productivista.

Artista maldito y revolucionario, Bataille hizo de su vida la consumación de un espectáculo de consecuencia con su pensamiento. Filósofo total, la provocación pero también la inteligencia del exceso le dieron peso propio. Quizá podamos ver a Bataille como un Nietzsche francés. Encarnación de la recepción del pensamiento del filósofo alemán en Francia, en gran medida es su responsabilidad que el nietzscheanismo haya prosperado y mutado en diferentes generaciones de pensadores franceses de la mejor manera. De alguna forma, si Heidegger fue “el” filósofo del siglo XX, del cual se embebieron gran parte de los filósofos de la Europa continental, Bataille fue a todas luces el filósofo francés más importante de la primera mitad del siglo XX. La influencia del pensamiento batailleano es evidente y contundente al repasar algunos nombres tocados por su fibra: Michel Foucault, Maurice Blanchot, Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Philippe Sollers, Pierre Klossowski, Emmanuel Levinas, el grupo Tel Quel, Michel Leiris, Jean-Luc Nancy, Roberto Esposito o Giorgio Agamben. Las esquirlas de su visión de mundo y sus categorías fueron extraordinariamente resistentes y adaptativas al mundo contemporáneo. A diferencia de Sartre, cuya filosofía, es evidente, padeció de una obsolescencia notable, el pensamiento de Bataille resulta más vigente que nunca de cara al siglo XXI, mientras que la facciosidad de Sartre lo deja absolutamente a contrapelo.

Las manifestaciones diversas en la obra de Georges Bataille, comprende ensayos, novelas, cuentos, poemas y cientos de artículos en revistas. En este aspecto, existen dos cuestiones dignas de remarcarse: la diversidad de registros de su escritura (que, como veremos, responden a un proyecto estético e intelectual), y lo que Foucault llamará “el desenganche del Yo”. Ambas operaciones parten de la misma lógica conceptual. Veamos: la tradición de la ipseidad (el privilegio yoico) de la filosofía moderna –particularmente, francesa con el gesto subjetivante del cogito cartesiano– resulta quebrada por el pensamiento múltiple y acéfalo de Bataille. De Descartes a Sartre, la filosofía francesa pareció moverse en la preeminencia de una subjetividad totalizadora que daba sentido al mundo moderno. Esta significación, con Bataille, se rompe para siempre: de allí su impronta.

Quizá quien mejor plantee la operación de la filosofía de Bataille en el plano escriturario sea Michel Foucault, en el Prefacio a la trasgresión: “El desmoronamiento de la subjetividad filosófica, su disposición en el interior del lenguaje que la desposee, pero que la multiplica en el espacio de su cavidad, es probablemente una de las estructuras fundamentales del pensamiento contemporáneo. No se trata aquí todavía de un final de la filosofía. Más bien del final del filósofo como forma soberana y primera del lenguaje filosófico. Y tal vez a todos los que se esfuerzan por mantener la unidad de la función gramatical del filósofo –el precio de la coherencia, de la existencia misma del lenguaje filosófico– se les podría oponer la ejemplar empresa de Bataille, que no ha dejado de romper en él, y con encarnizamiento, la soberanía del sujeto filosofante (…) la obra de Bataille lo muestra mucho más cerca, en un perpetuo tránsito a niveles diferentes del habla, a través de un desenganche sistemático en relación con el Yo que acaba de tomar la palabra, listo ya para desplegarla e instalarse en ella”.

Efectivamente, es este espacio de soberanía y de privilegio del Yo, cogito o subjetividad –en tanto fundamento, lo que se abre a partir de la obra de Bataille. A través de las experiencias del erotismo, la mística y el arte, ese yo cerrado sobre sí, discontinuo y estructurante de un discurso filosófico, así como de una figura de filósofo soberano, se resquebraja, se contamina, se abre; consigue, en cierto modo, una continuidad (trágica).

La obra de Bataille, en este aspecto, revela una coherencia en lo múltiple: desde La experiencia interior (1943) y La parte maldita (1949) a El erotismo (1951) y su continuación en Las lágrimas de Eros (1961), su pensamiento revela esta tensión y esta búsqueda de sobrepasar el límite, de transgredir “la soledad del sujeto”. En las páginas finales de El erotismo aparece de modo tan bello como crudo y ferozmente lúcido lo que tal vez Bataille nunca haya dicho de mejor manera: “¿Qué sería de nosotros sin el lenguaje? Nos hizo ser lo que somos. Sólo él revela, en el límite, el momento soberano en que ya no rige. Pero al final el que habla confiesa su impotencia. El lenguaje no se da independientemente del juego de la prohibición y la trasgresión. Por eso la filosofía, para poder resolver, en la medida de lo posible, el conjunto de los problemas, tiene que retomarlos a partir de un análisis histórico de la prohibición y la trasgresión. A través de la contestación, basada en la crítica de los orígenes, es como la filosofía, volviéndose trasgresión de la filosofía, accede a la cima del ser”.

Esta búsqueda de trasgresión del límite existencial es lo que también aparece en sus novelas publicadas bajo los seudónimos de Lord Auch o Pierre Angélique. Será entonces que en primer plano se da este juego de velos y desvelos tan propio de la experiencia erótica (o pornográfica) y la mística. Tanto El ano solar (1927), como Historia del ojo (1928), Madame Edwarda (1940) o El Abad C resultan cabales ejemplos de este desarrollo. Aparece entonces lo que Maurice Blanchot llamará la “experiencia de la escritura”. La ontología de la literatura de Blanchot se hermana con la literatura de Bataille en el marco de un pensamiento donde la relación con la otredad resulta central. El pensamiento sobre lo otro absoluto tiene en Bataille un representante de nota. En la tradición literaria francesa, de Mallarmé a Blanchot, la narrativa de Bataille cierra una estética de la experiencia, del derroche, el don y el sacrificio. Intimamente ligados, filosofía y literatura, ensayos y novelas se dan como una escritura común, donde los conceptos o personajes terminan decantando en la misma exigencia; exigencia de un mundo que se ofrece, precisamente, como lo otro absoluto. Y la literatura, en este sentido, debe acceder a su desciframiento. Es en el comienzo de La experiencia interior que Bataille lo explicita: “Este mundo se le da al hombre como un enigma a resolver. Toda mi vida (…) se me ha pasado en resolver el enigma”. El Bataille filósofo y el Bataille literato, de esta manera, es el mismo. Fernando Savater, en el prólogo a La experiencia interior, habla de los múltiples Bataille. Pero es una multiplicidad común. Nuevamente, la heterogeneidad y la acefalía. El sacrificio y el don. El derroche. Todos los Bataille son el mismo Bataille.

Del gasto como concepto liberador.

Los conceptos que emplea o genera Bataille tienen un centro unificador o común que se apoya en la trascendencia de la no utilidad. En los diferentes artículos citados en La conjuración sagrada aparece la importancia del gasto improductivo como forma de “resistencia” o desarrollo de una vida libre y heterogénea. Las diferentes esferas que provienen del gasto improductivo, según Bataille, serían: el lujo, los duelos, las guerras, los cultos, el arte, el sexo perverso (sin la función reproductiva), los espectáculos, los juegos (lo lúdico), lo suntuario en general. Aquello que repose en la inutilidad, por fuera de la matriz productiva útil, será lo reivindicado por Bataille. Su sociología –plasmada en los pocos números de la revista Acéphale– tiene en Nietzsche, Marx y Sade tres fuentes que le resultan propicias para ver lo excrementicio social, aquello que es descartado por su carencia de productividad. En cierto modo, lo marginal, lo alternativo, lo anormal, lo anómalo es donde pone el foco nuestro pensador. Elementos, por cierto, que Foucault considerará centrales en sus análisis posteriores. Su peculiar sociología heterogénea y acéfala le permitirá esta mirada revulsiva y plenamente actual.

Bataille descubrirá en Marx y Nietzsche lo dos antídotos o piedras de toque para la reconversión de lo que consideraba los grandes males de la sociedad moderna: el individualismo posesivo y el nacionalismo militarista. El artista soberano y la sociedad común le devolverían al hombre, de acuerdo a Bataille, lo que le correspondía por derecho propio (su libertad) y que el esquema teocrático continuado por la matriz productiva le habría arrebatado.

Religión, arte y erotismo, se manifiestan como las formas providenciales a través de las cuales la trasgresión se hace manifiesta y el gasto improductivo se vislumbra. En definitiva: retorno y conciencia de nuestra animalidad perdida. Mística, erotismo y arte nos retrotraen a la conjura de una sociedad trágica (en torno a un mito). De esta manera, una sociedad heterogénea (y acéfala), según Bataille, sólo se podría unificar de forma comunista y estética en torno a la tragedia. En contraposición a la sociedad fascista, universal y homogénea consustanciada en torno a un líder (Mussolini, Hitler). Este ditirambo dionisiaco se plasma en lo orgiástico que logra romper la falta de continuidad existencial. El hombre que trabaja (de modo enfermizo) para “olvidar” su condición mortal y trágica emerge por medio de las manifestaciones del gasto improductivo (erotismo, mística, arte) permitiendo “la continuidad del ser temporaria” y concluyendo, entonces, en la liberación de la enajenación productivista a la que lo lleva la sociedad fascista.

El siglo de Bataille. El 10 de septiembre de 1897, hace 110 años, nacía Georges Bataille en Billom. Murió el 9 de julio de 1962. Era el menor de dos hermanos, con un padre alcohólico, ciego y sifilítico. Y una familia que vivía en permanente conflicto y padecimiento. En el 2001 el filósofo Bernard Henry-Levy publicó un libro vindicativo de Jean-Paul Sartre que tituló El siglo de Sartre. Allí defendía la tesis de que Sartre había sido “el filósofo francés del siglo XX”, viendo en su figura al mismo siglo encarnado. Algo así como una suerte de Voltaire de los tiempos modernos. Bataille, figura en algunos aspectos, secreta, oscura y revulsiva, denostada por el propio Sartre, sin embargo, termina siendo una más cabal y cercana encarnación del siglo XX. Más lúcida y potente. Más atinada y feroz, así como polémica y dolorosa. Pero también vigente. Referencia ineludible para las filosofías de Giorgio Agamben y Roberto Esposito, Bataille parece ser la punta del iceberg de la biopolítica contemporánea. Tal vez sea ya el momento de decir, sin excusas, que el siglo XX fue el siglo de Bataille: ahí están sus textos para probarlo.

[Las obras de Georges Bataille con temática pornográfica, publicadas bajo los seudónimos de Pierre Angélique o Lord Auch, parecen remitir directamente al estilo del Marqués de Sade. Sus personajes, por lo general lineales (sin desarrollo psicológico), son transgresores y blasfemos. El erotismo de Bataille es un erotismo lindante con la mística, algo que se verifica en los personajes como Madame Edwarda o el Abad C. Este registro aparece como una mirada fría y abyecta de la carne, tal como lo detecta Michel Onfray. Se trata de una mirada que parte de cierta suciedad o culpabilidad (latente o transgredida) ligada a lo sexual. Seguramente, la observación de Onfray sea atinada: la formación religiosa de Bataille pesó en esta construcción de lo sexual conectado con lo corruptible de lo corporal. Algo que, según Onfray, no aparece en los libertinos racionalistas de los siglos XVII y XVIII donde la mirada resulta radicalmente atea y materialista. En Bataille, así como en los casos de Sade o Sacher-Masoch, la obsesión pornográfica parte de la trasgresión a la ley. El espacio sádico –el castillo gótico, la geografía cerrada, donde la orgía de los nobles se lleva a cabo– se contacta con el espacio masoquista (de Sacher-Masoch). En el caso de las novelas de Bataille, la transgresión es mística, a diferencia de Sade, donde es claramente criminal. El cuerpo sádico es el cuerpo ilustrado, ateo y materialista; el sádico, el amo, tiene la potestad absoluta y el dominio sobre el resto de las vidas (los cuerpos) que se someten a la orgía. El master o la mistress son quienes ocupan el lugar de “dios”, donde la ley que rige en el castillo del crimen nada tiene que ver con el contrato civil. El cuerpo batailleano, en este sentido, es una herramienta cuyo exceso orgiástico pretende superar el límite de la discontinuidad de la existencia con los demás. Deseo, dolor y suplicio (algo que tanto obsesionaba a Bataille) aparecen intrínsecamente conectados en su poética. No son, entonces, los actos sexuales en sí mismos lo que le interesa al Bataille pornógrafo, sino lo “orgiástico” –lo dionisíaco– tal como lo entendía Nietzsche en el Origen de la tragedia, es decir: ruptura de la “soledad del ser” en el éxtasis de la carne.]

A 46 años de su muerte

7.03.2008

Resplandor

El cuarto está oscuro.

Él sabe que abajo tiene el revólver, lo palpa, lo aprieta, escucha que los pasos se acercan, el sonido es casi perceptible, pero él intuye, huele, esto le produce un leve temor que va disminuyendo conforme el otro se aproxima, sabe que está solo, al menos hace unos minutos, se piensa inmortal mientras coloca el dedo en el gatillo, siente en su yema el frío metálico que le produce escalofríos y lo hacen moverse.

Cae un vaso.

El sonido casi perceptible de hace unos instantes desaparece.

Entonces enciende la luz: la puerta se encuentra cerrada y los objetos están en su lugar. Recorre el lugar con sigilo. Cuando verifica que todo está en orden, extiende el brazo, apaga la luz y siente una mano en su hombro.

Voltea, rápido (jala el gatillo)

Afuera, en la calle, un tipo de sombrero observa por la ventana cómo el cuarto se ilumina por un momento.