5.23.2008

contra la tele

[Sobre el nuevo libro de Heriberto Yépez, Contra la Televisión, publicado en la revista española Y sin embargo, No. 15]

5.12.2008

Apuntes para el libro Contra la Tele-visión de H. Yépez



Si la televisión como la pedagogía última de la sociedad, el determinismo es la ideología que la explica, ¿quién discrepa del You’re what you see, “Eres lo que contemplas, porque cuando no piensas con imágenes te vuelves inarticulado”?(1) Este libro aborda dos aspectos: uno filosófico y neoconceptual (el francotirador que analiza la estrategia de eliminación de su oponente), y dos, materialista y profético (el francotirador que ajusta el mirador, que tira del gatillo y posteriormente ve en el suelo a su oponente con la duda de si fue o no eliminado), todo esto referente al panorama mediático en nuestro país y la conducta social que de él se desprende.


No nos convertimos en lo que somos
sino mediante la negación íntima y radical
de lo que han hecho de nosotros.
J. P. Sartre


PRIMER OPÚSCULO (Contra la telefísica)
Tanto metafísica como telefísica se debaten, se desligan, se redefinen filosóficamente –desde la llamada “Caja Idiota”-, máquina que ha multiplicado los estímulos y reducido la actividad espontánea y la capacidad de entender del hombre. El hombre espera que el mundo exterior venga a él, y cuanto menor deba ser su aportación (apretar el botón) mucho más feliz (3). La telefísica, apunta Heriberto Yépez, “es la metafísica de un mundo que ha perdido su más allá, ha desaparecido lo meta y ha aparecido lo tele: el más allá ha cedido su lugar a lo distante-accesible”. Y agrega que “la telefísica rastrea su más allá en la pureza, no importa si ésta se inscribe en lo sincrónico o lo diacrónico, ¡La semiótica es la Seriedad de lo telefísico!”. Esto nos arrastra a la complejidad de la imagen televisiva por la forma de condensar y organizar información variada, que va desde el simple entretenimiento (infomerciales, farándula, noticiarios amarillistas), hasta la llamada información educativa o cultural, que se condensa en un conjunto de estructuras emocionales e intelectuales que inciden en la mente del sujeto receptor.
El análisis de Yépez prepondera la esencia semiótica de la televisión: cada imagen en la pantalla es signo, tiene significado, es portadora de información del “hoy”, que pugna por la sujeción del “yo” espectador ante los acontecimientos mundanos; no así del ser utópico, del ser pensante y la sublimación espiritual que acomete a la metafísica.
Este significado puede tener un doble sentido: por una parte, las imágenes de la pantalla reproducen los objetos del mundo real, entre estos objetos y sus imágenes de la pantalla se establece una relación semiótica, los objetos se convierten en las significaciones de las imágenes que son producidas en la pantalla. Por otra parte, las imágenes en la pantalla pueden adquirir significaciones complementarias, muchas veces totalmente inspiradas (montajes, luz, juego de tomas, etcétera) pueden y, de hecho, confieren a los objetos reproducidos en la pantalla, significantes complementarias: simbólicas y metafóricas.
Afirmar que conocemos la realidad, que conocemos los signos de manera natural, que nos permiten reconocer e interpretar las acciones de los demás, es negar a la semiología, pues otorgar significado a “algo”; es mediante un proceso cultural como se ha venido expresando. El significado de los signos se da de acuerdo con la forma cultural en que una sociedad construye la organización de los elementos que configuran el contexto social; es decir, todo cuanto rodea a los sujetos.
La telefísica se aleja del Yo como ente imaginativo, y pronostica el Show como un tópico: “el Yo-Más-El-Otro atestiguándolo”. Esto es que la imagen cargada de hipersignificaciones se hace familiar, esperada y pierde informatividad; los objetos que aparecen en la pantalla se perciben como metáforas, como una mano de tamaño desmesurado que se extiende hacia el espectador, como un super signo (por la multiplicidad de códigos utilizados para crear sentido y significado) “la telefísica es la época en que toda tecnología se ha vuelto efecto especial”.
Por ende, “la tele-visión es el éxito de la re-ligación”; con base en ello, el paralelismo que ofrece la televisión entre la vida cotidiana del individuo y las imágenes que ésta ofrece, establecen un nivel de identificación entre la imagen que tiene el sujeto y la ofrecida por la televisión, por lo que a pesar de que la televisión altera y modifica la realidad que produce, ofrece una imagen del mundo falsa –modelizada e idealizada. El individuo disocia la realidad y la irrealidad y se introyecta al mundo imaginario, al que suele darle un valor igual al de la realidad inmediata, por lo que permanece y perdura la imagen creada por el individuo a partir de lo visto en sus emisiones.
La noción moderna de individuo, nos dice Yépez, “no es más que la cosificación de la indivisibilidad del individuo como cosa (antivalor); es concebido como un cuerpo cuyo ser comienza con el alumbramiento y cuya mente será producto de sí mismo o de su entorno”. Todavía más importante es, quizá, el hecho de que el individuo moderno es blanco, en todos sus ángulos, por demandas valorales que son divergentes y contradictorias, también convertidas en imágenes de control y alienación. “Lo telefísico no es la fase final. Las imágenes se volverán señales, órdenes; lo telefísico podrá ser acompañado, catalizado o superado por una época ciberontológica, en que lo real será sinónimo de autocontrol absoluto, donde la diferencia entre proceso, cosa, imagen y orden será nula” (Yépez dixit).
Lo telefísico provoca, más allá de una identificación con el personaje en pantalla, un vínculo afectivo ilusorio con el que se forma una empatía, un “no querer ser”, sino un “somos iguales”, porque la idealización del ente televisado es suprema, alcanzable solamente por medio de un razonamiento efímero, una anti-distancia evocada. “Una brecha eleática ya se abrió entre nuestra percepción y lo percibido. Esa misma brecha eleática ya se abrió entre nosotros y nosotros mismos. La Tortuga de mi vida jamás alcanzará al Aquiles de mi fuga”.
A lo anteriormente descrito es a lo que quizá Alfred Schultz, en El problema de la realidad social, denominó las realidades múltiples; el autor nos dice que los sujetos adoptan las actitudes, decisiones, adhesiones y las experiencias que realizan a partir de la significatividad, es decir, los tipos y formas de acción ejercidas por otros individuos conforme sus intereses y convicciones (4).
Para Yépez, todo nuestro conocimiento o saber del mundo supone construcciones, es decir, conjuntos de abstracciones, generalizaciones, formalizaciones e idealizaciones propias de la organización del pensamiento.
Esto no quiere decir que seamos incapaces de captar la realidad, sino que captamos solamente ciertos aspectos de ella o dicho en otra forma, reconstruimos en nuestro pensamiento lo que interpretamos de los hechos y creamos la realidad.
SEGUNDO OPÚSCULO (Contra Mass-co-media)
El autor se dispara hacia la psicohistoria, ciencia creada por Asimov, a través de su héroe Hari “Cuervo” Seldon que permite predecir el futuro de la acción humana (5). En este caso, a la psicohistoria del mexicano, el mexicano sumiso ante el orden dictatorial del amo durante cientos de años. Yépez desmitifica la idea del mestizaje y considera que el mexicano, como unidad, es un híbrido. Reniega también del conformismo en el que estamos inmersos, por la falta de educación y posibilidad de ascenso, siendo la única respuesta culpar al otro, ese otro que personifica a los opresores. Por ello, la sublevación televisiva es un enorme sujeto absoluto que comprende la conciencia de los hombres: ofrece contenidos, imágenes, problemas, etcétera. Nuestras conciencias son conciencias pasivas, reflejas, que discuten lo que el Poder quiere que se discuta, que ven lo que el Poder quiere que se vea, que piensan lo que el Poder quiere que sea pensado. Yépez señala a lo kitsch como una colección de varios significantes alegóricos que representan al supuesto Significado que pantópticamente los acumula en un mismo cuadro (para significar la Paz: una marcha, todos de blanco, el pecho henchido) El kitsch, pues, es la burla hacia la sociedad inculta, conformista, hacia la sociedad estática; ¿pero cómo hacer ver a un ciego (consumidor ciego) ante un orden social que hace y hará todo lo posible por estupidizarlo? De tal manera que entre otras inestabilidades neurovegetativas, la tele-visión provoca un gran empobrecimiento del vocabulario oral; nuestra caja de sorpresas no sólo derrite los sesos, equiparando hacia abajo el nivel de expectativas intelectuales de los espectadores; sino que, a la par, desvitaliza la facultad de articular un lenguaje que anime a la profundidad sin perder la claridad. El vocabulario que domina los medios es antipoético, son meros ruidos que asaltan el silencio de la comprensión, e impiden la reflexión, los pobres individuos son arrastrados al límite de su carencia expresiva. Esto conlleva a Yépez, francotirador, a ajustar el mirador del rifle, a paladear su crítica anteriormente bien fundamentada y dirigirse hacia las dos grandes televisoras, la continuidad de lo que Vargas Llosa llamó la dictadura perfecta: Televisa – TV Azteca. “El trono no es la Silla Presidencial, es la Señal”, dice el autor. Esto es que los medios masivos son más que una interfaz o plataforma pública de los gobiernos y las trasnacionales, los medios masivos –en sociedades como la mexicana- son poderes autónomos. En el caso mexicano, en la época post-presidencialista y en la que los partidos políticos han perdido su credibilidad y su capacidad para gobernar, las televisoras son el nuevo orden dictatorial: la democracia se desfigura y da paso al software gracias al cual funciona el neorégimen del espectáculo, “¡qué paaaasen los idiotas!”, “tú; sí, tú, ignorante, estás nominado”, “Eeeeeesta noche en…” Para Yépez, la tele-visión es la falsa transparencia de la sociedad de control. Las televisoras buscan más y más poder. Para obtenerlo están dispuestas a desaparecer a los partidos y al gobierno mismo, a través de una falsa alianza con la sociedad civil, merced de un populismo que inmortaliza la imagen del telemexicano como “víctima del Sistema”, cómodo cínico o espectador indignable. Individuos y medios masivos nos co-manipulamos. Mediante este proceso de manipulación compartida, nosotros nos asumimos irresponsables y los medios, jueces y parte, y eso que éstos apenas comienzan su etapa primitiva. El mexicano hegemónico, dice Yépez, quiere transformarse en una imagen: la imagen del Esclavo Burlón, de la Víctima Satírica… Agachado Saboteador. Dicho así, hemos sido conquistados por segunda vez. En la Conquista de 1521 nos autoderrotamos, entre otras causas, debido a nuestro precario sistema de comunicación interhumana. Es simple: el pulpo televisivo pone en práctica sus tentáculos y toma el poder; derivando en un fortísimo neogolpe de Estado. Habrá que apostarle a que la finalidad de la televisión se convierta en una comisión de educación masiva crítica, una televisión no idiota que haga cultura. Yépez vaticina la acción positiva: “tarde o temprano, la tele-visión tendrá que venirse abajo. Seremos nuevamente un proceso más de la Tierra”.
¿Acaso una metamorfosis interior, necesaria, ante la incapacidad conceptual?
Fuentes consultadas:
1. Fragmento del artículo de Carlos Monsivais, (Medios de comunicación, violencia y terrorismo) publicado en la Revista Etcétera, No. de Junio, 2003
2. Fanon, Franz, Los condenados de la tierra, pról. de Jean-Paul Sartre, ed. FCE, México, 1977
3. Colli, Giorgio, El libro de nuestra crisis, ed. Paidós, Barcelona, 1991
4. Alfred Schultz, op. cit.
5. Asimov, Isaac, Fundación e Imperio, ed. DeBolsillo, Madrid, 1999
Yépez, Contra la Tele-visión
Colección Versus,
Editorial Tumbona Ediciones,
México, 2008, 59, pp.

5.11.2008


13
un escritor alcoholizado se subió a un bote y se perdió en el mar. los otros escritores que permanecieron en la orilla continuaron la fiesta; hasta que en la noche la mayoría se sentía mal. uno se había retirado a las plantas a fantasear. otro quedó inconsciente durante toda la noche; otros buscaron durante mucho tiempo el camino a casa hasta que el alba los sorprendió exangües y bamboleantes. pero nadie se acordó del bote y del escritor desaparecido en el mar, quien, morado, a merced del viento, seguía cantando a garganta partida las más conocidas arias de ópera. después, cuando el viento se volvió furioso y las olas también, cayó al fondo del bote. cantó un poco más de rodillas mientras el bote volaba en medio de las salpicaduras de las olas, hasta que cerró la noche. el escritor no comprendía si el mar lo había arrebatado de su casa junto con la cama o si navegaba en el cuarto de baño. buscó un poco con la mano las canillas, después surgió el sol de nuevo y de nuevo cayó la noche. a la mañana del tercer día vio una isla y allí zozobró.

es una isla -dijo después, cuando fue recogido por un barco en el mar, lejanísimo de cualquier tierra catalogada-. es una isla -le dijo al primer oficial de abordo- sin hoteles ni instalaciones balnearias o patio de comidas. probablemente se había corrido la voz de que él era un escritor y allí la población está a favor de los críticos. dijo que era evidente, porque todos se la dan de profesores. pasean con aire hermético, siempre vestidos de oscuro, incluso en la playa. se comprende que ellos, principalmente, juzgan. y a él, en ese caso concreto, en tanto que escritor viviente, lo juzgaban mal. si hubiera llegado en bote convertido en cadáver o se hubiera muerto ahogado en la playa, a lo mejor en ese caso, a lo mejor, decía, lo habrían tomado en consideración; porque estos críticos, incluso por su aspecto, son como sepultureros, que se interesan en uno cuando es cadáver, entonces te rodean, te toman las medidas. y, por ejemplo, aprecian mucho el suicidio; según ellos, un escritor suicida cumple con su deber, y allí en la isla se lo daban a entender: ¡mátate!, parecía que le decían, que después te citaremos; ¡mátate!, que después te haremos una conmemoración académica.

generalmente actúan sólo como imbéciles, pero pueden llegar a formas graves de delincuencia. por ejemplo, habían escondido el agua, para que el escritor se muriera de sed y su biografía fuera definitiva. pero el escritor resistía, los echaba, trataba de golpear con un remo a alguno, pero eran ágiles, aunque se asustaban y chillaban como pájaros, porque en general los críticos no están habituados a que un escritor los quiera exterminar. se sienten una raza profética.

éstos, además de juzgar, no hacen nada. no los veía bien, porque había perdido los anteojos en el mar, pero nunca uno se le acercó para hablarle, para fraternizar. quizás es una isla -decía el escritor- adonde mandan a los críticos más peligrosos para que cumplan una pena. pero -decía- abandonados a sí mismos van a seguir delinquiendo, van a seguir siendo unos estafadores y unos enemigos del género humano. "¡yo les haría tragar la soberbia! -declaraba con énfasis el escritor-; antes que nada les daría a algunos un azadón, a otros una pala, y los metería en fila de a tres; les haría bajar ese pico largo que tienen y esa cara de falsos a trompadas".

el escritor, cuando decía esto, estab muy deshidratado a causa de la sal, y tenía la expresión de la corteza del alcornoque. después le escribió al ministerio de Gracia y Justicia para que se le confinara a él la reeducación de los críticos de la cárcel, pero no supo especificar la latitud y la longitud de su isla.

(los escritores inútiles)

5.09.2008




la (anti) crónica de un defeño, por j. carlos de león

5.04.2008

Cuatro deistas ingleses

Hace algunos días encontré en cierta librería de Donceles (di. de ocasión) una serie de libros sobre el deismo inglés. Apropiado fue para mí recortar fragmentos de estos símpáticos personajes y recrear las historias. He aquí el microensayo:

Si no existiera dios habría que inventarlo.
VOLTAIRE
c e r o

sumaria y deliberadamente miniaturista es la vida de los cuatro personajes que se describe. Los datos y hechos, no ya historias, no me pertenecen, sólo la manera de fabricarlos. La idea transmitida no es otra que la de hacer ver la extraña proyección de los teólogos profesionales ingleses de una característica por demás humana: la imposibilidad de permanecer en una convicción, una idea, tan siquiera en una creencia.

u n o

J. Hunt (Religius Thought in England, II, p. 40), consignó que Thomas Woolston tuvo dos pasiones: “el amor a los Padres y el odio al clero protestante”. Su odio, intensificado por privársele de su condición de miembro en Cambridge, no fue menos que su amor: su estudio entusiasta de la patrística degeneró en locura en sus últimos años. No es improbable que su asidua lectura de Orígenes lo llevara a la interpretación alegórica de las Escrituras. En sus Discourses (1727-1730) ridiculizó la opinión común que juzga a los milagros como acontecimientos reales. Murió como un racionalista.

d o s

John Toland (1670-1722) nació en Irlanda, en Londonderry, y murió en Putney, cerca de Londres. Cuando escribió Christianity not Myisterios se consideraba uno de los miembros de la Iglesia de Inglaterra. John Toland fue educado como católico, pero a los dieciséis años era ya un vehemente crítico del papismo; después, se vinculó a disidentes protestantes. Sabemos que fue un erudito y que se jactaba de conocer más de diez lenguas, que tenía correspondencia con Leibniz, que escribió unas cartas (Letters to Serena, 1740) a la hija de la Electora Sofía, reina de Prusia donde hace un análisis de Spinoza. Acaso Serena, deslumbrada concibió, también, que no existe otro ser eterno más que el Universo, que es Dios. John Toland habría de morir panteista, después de haber sido un teólogo liberal, un miembro de la Iglesia en Inglaterra, de haber sido educado católico.

t r e s

fuera de la iglesia establecida lo llevó, a William Whiston, matemático y teólogo, su espíritu activo y original. Creía en la profecía y en los milagros, se opuso ferozmente al racionalismo. De manera incomprensible, a la mitad de su vida, llegó a la conclusión de que la herejía arriana representaba el primitivo y verdadero credo cristiano. Sus ideas quedaron expuestas en Primitive Christianity Revived (1711-1712); poco antes, le habían costado su cátedra de Cambridge en la que, extrañamente, había sucedido a Newton. Fundó una sociedad, defendió su nueva fe, combatió, polemizó. A la postre, sin embargo, sus tesis calvinistas y su brillante traducción de Josephus demostraron ser de valor más duradero que sus obras originales.

c u a t r o

más patético que los anteriores fue Charles Blount (1654-93). Defendió el sistema de la religión natural en su Anima Mundi (1676), subrayó los méritos de las religiones paganas, atacó, en su Great is Diana of the Ephesians (1680), a la intriga eclesiástica. Parafraseando la metáfora de Locke, afirmó: “la nueva fe es como un trozo de papel en blanco sobre el cual puede escribirse lo mismo uno u otro milagro”. Blount, al impedírsele casarse con la hermana de su difunta esposa, se suicidó en 1693. Dos años después, sus Miscellaneous Works, que fueron publicados por su discípulo Charles Gildon, exponían, de una manera clara, la creencia católica ortodoxa.

n o t a

somos pensamiento pero, más aún, historia, tiempo, devenir. Tal vez, pienso, a su manera, intelectualmente, ejemplar, refutan aquella doctrina parmenidea y hacen una nueva confirmación del tiempo, rivalizando en astucia con Zenón. No obstante, este argumento, fuera de lo obvio y literario, no hace justicia a la otra realidad. Lo que verdaderamente ocurrió fue el resurgimiento sembrado en la intelectualidad europea después de la Reforma protestante. La relatividad de las verdades religiosas fue el primer paso hacia el desorden y la confusión mental pata terminar, con la eliminación de todas las dudas, en el ateismo: se echó el agua de la tina junto con el bebé.